Estamos viviendo una temporada marcada por la pandemia. Son muchos (demasiados) los aspectos de nuestras vidas que han cambiado con esta nueva normalidad y las competiciones deportivas no son menos.
La temporada ya viene marcada por el COVID desde su inicio con un sistema de competición concebido para tener un calendario que pudiera ofrecer cierta flexibilidad ante los inevitables aplazamientos que se iban a vivir. La opinión generalizada sobre el sistema es la frase que más se escucha cuando se pregunta a jugadores, entrenadores o directivos sobre el tema: "Es lo que hay". Un sentimiento de resignación ante las circunstancias que nos obligan a tener un sistema que no gusta a casi nadie.
El virus ha afectado a prácticamente todos los equipos en algún momento y ha provocado aplazamientos que han generado situaciones que afectan a la competición. Jugadores que se fichan y que no pueden jugar partidos aplazados porque en la fecha inicial prevista para el partido no estaban en el equipos.
Tenemos también equipos como Almansa o Lleida que han sufrido brotes serios de coronavirus en sus plantillas y cuerpos técnicos y que tienen que retomar la competición sin estar físicamente al 100%. Algo que en el caso de Lleida le ha llegado en el momento más decisivo de la temporada. Pero son cosas que no se pueden controlar y que, tristemente, forman parte de la competición esta temporada.
La acumulación de aplazamientos también condiciona la disputa de jornadas unificadas como la que estaba prevista para este domingo. El aplazamiento de los partidos de Lleida obliga a que los catalanes jueguen sus partidos sabiendo ya lo que han hecho sus rivales. Pero está claro que no hay otro remedio, porque retrasar toda la jornada unificada sería un riesgo enorme de que pudiera surgir cualquier otro positivo en otro equipo y que el riesgo de sucesivos retrasos fuera muy grande.
Otra de las injusticias que trae la pandemia está siendo la restricción de aforo en los pabellones. Esta injusticia llega en el momento en el que los aforos dependen de las normas que cada Comunidad Autónoma marca en función del nivel de riesgo en su territorio. Esta injusticia podría ser evitable si estableciese un criterio común desde la FEB o si hubiese un acuerdo entre clubes. Pero es un tema complejo, porque si hubiera que tomar un punto de consenso tendría que venir marcado por el mínimo aforo permitido.
Está claro que jugar un partido en una cancha con 500 personas y luego que haya pabellones vacíos afecta a la competición. Pero es otra de las cosas con las que hay que convivir.
Estamos en una temporada de subsistencia, donde todos (desde directivos hasta aficionados, pasando por jugadores, entrenadores, medios de comunicación,...) estamos manteniendo la competición viva pero con respiración artificial, ya que sin esas sensaciones que dan las gradas llenas esto no es lo mismo. Pero tenemos que seguir insuflando ese oxígeno con la esperanza de que para la temporada que viene el horizonte dibuje un escenario que se parezca un poco a lo que todos concebimos como baloncesto de verdad.
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